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Mujeres y trabajo de cuidados

“Para disminuir, al menos, la desigualdad económica, necesitamos valorar los millones de horas de trabajo de cuidados efectuado por mujeres y niñas y empezar a construir una economía más humana [...]”

Por Magela Cabrera Arias. RMyH ALC - Panamá*.



Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, muchos colectivos feministas demandan detener el acoso, la violencia, el asesinato y exigen transformar la sociedad que las priva de libertad, justicia y oportunidades equitativas.


La COVID-19 mostró realidades y miserias sobre las condiciones de vida de las mujeres que, aunque presentes desde siempre, han sido negadas por muchos. La pandemia, además, confirmó la importancia de los trabajos de cuidado como esenciales para el funcionamiento de la sociedad, el sostenimiento del sistema productivo y la continuidad de la vida. ¿Quiénes efectúan los trabajos de cuidado?, ¿cómo se las arreglan las mujeres para trabajar y cuidar de los suyos?, ¿cómo se diseña la movilidad en las ciudades?


Es casi imposible negar las condiciones de explotación, desprotección e invisibilización de las mujeres que gratuitamente realizan los trabajos de cuidado, que son las actividades relacionadas a la gestión y el mantenimiento cotidiano de la vida, la salud y el bienestar de las personas. Como resultado de la división sexual del trabajo (reparto de tareas basado en el sistema sexo-género) son las mujeres las que hacen estas labores, por lo que sufren consecuencias negativas, tanto en su autonomía económica como en su derecho a la libertad de uso del tiempo.


Todas las actividades requieren de un soporte físico -del barrio y de la ciudad-. Muchas ciudades, incluidas las panameñas, se han construido divididas por funciones: trabajar, vivir y recrearse, puesto que siguen un modelo y una organización social que responde a la hegemonía masculina. Ciudades diseñadas así desatienden las necesidades de las mujeres y descartan factores esenciales, tales como que los desplazamientos difieren; la de los hombres es lineal, van de la casa al trabajo, en cambio la movilidad de las mujeres es quebrada. Consecuentemente, explica Zaida Muxí, catedrática en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, este tipo de ciudades producen desigualdad e impiden que las mujeres ejerzan sus derechos, puesto que soportan una enorme carga: el trabajo productivo y el trabajo de cuidados, que las obliga a invertir mucho tiempo en los desplazamientos.


Ellas deben armonizar los trabajos fuera y dentro del hogar y encontrar tiempo para, por ejemplo: buscar medicinas en el Seguro Social, comprar alimentos, hacer fila en el Idaan para pagar el agua, llevar a los niños a actividades no escolares, llevar a su madre o suegra al centro de salud, cuidar de las personas mayores, enfermas o discapacitadas y otras labores cotidianas que consumen todo su tiempo.


ONU-Mujeres asevera que las mujeres, sin recibir pago alguno, hacen, al menos, 2,5 veces más trabajo de cuidado que los hombres; absurdamente la mayoría de los países no reconoce que el trabajo de cuidado apoya a la economía familiar y suple las carencias de servicios sociales que deben suministrar los Estados. Además, enfatiza que el trabajo de cuidado no remunerado puede valorarse entre un 10 % y un 39 % del PIB, lo que podría favorecer más la economía de un país que el sector manufacturero, el comercial o el transporte. Por su parte, la Cepal afirma que el mayor tiempo que las mujeres dedican a los trabajos de cuidado explica la desigualdad en el acceso a trabajos formales.


Durante la cuarentena por COVID-19 fue evidente el permanente trabajo de las mujeres: atendían día y noche en clínicas y hospitales, despachaban en supermercados y farmacias, organizaban actividades colectivas, atendían en comedores comunitarios y escolares, y apoyaban a los estudiantes en su aprendizaje con las tecnologías virtuales. Es decir, las mujeres teletrabajaban, educaban, limpiaban, cocinaban y cuidaban al mismo tiempo.


Esa situación ya era injusta desde antes de la pandemia. Las cifras lo demuestran así: informes sobre Panamá, de Cepal, mostraron que las mujeres destinaban 30.6 horas a la semana a tareas domésticas y los varones apenas 13.2 horas-. Asimismo, un sondeo del Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral confirma que el 64.6 % de las tareas domésticas las hacen mujeres, un 23.9 % se distribuyen con la pareja y apenas un 11.5 % las realizan hombres mientras las mujeres están teletrabajando.


Las urgencias del estilo de vida originados en el modelo socioeconómico y lo valores vigentes en Panamá, aunado a las consecuencias de la pandemia, que ha cambiado y desmejorado la vida de todos, provocan que muchos lleven un ritmo de vida absurdo, especialmente duro para las mujeres a las que jamás les alcanza el tiempo, les falta empleo, pero les sobra trabajo.


En Panamá, a pesar de los avances, aún persisten obstáculos originados en las estructuras patriarcales de la sociedad que detienen el mejoramiento de la vida de las mujeres. Es necesario un ejercicio de introspección para reconocer las omisiones y discriminaciones en el diseño de nuestras ciudades y en la división sexual del trabajo. Para disminuir, al menos, la desigualdad económica, necesitamos valorar los millones de horas de trabajo de cuidados efectuado por mujeres y niñas y empezar a construir una economía más humana que beneficie a hombres y mujeres.


*Magela Cabrera Arias es arquitecta y Catedrática titular Universidad de Panamá. Forma parte de la Red Mujer y Hábitat América Latina y el Caribe. Miembro del Grupo de Trabajo Desigualdades Urbanas de CLACSO.

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